Biografía
Laura Pijuan
Me llamo Maria Laura Pijuan Perona. Naci el 20.05.1953 vivo en un pueblo que se llama Altafulla provincia de Tarragona este entorno mío y su gente, es el origen de mi afición a la pintura. He pintado siempre pero como consecuencia de la gran y destructiva expansión económica lo he tenido aparcado temporalmente.
En mis principios años de maduración artística expuse en Altafulla, Tortosa. Tordesillas, etc.
Mi nueva etapa artística viene influenciada por mis sentimientos y mis vivencias, Mi viaje a Armenia a conocer a mi nueva familia política de Nagorno Krabach, país en tensión bélica desde la caída de la Unión Soviética, me ha inspirado y ha reportado la ilusión para retornar con fuerzas este arte que me invade. Su situación me genera un sentimiento de injusticia hacia el momento que viven, y me gustaría poder colaborar, para conseguir aquello que tanto anhelan que es LA PAZ.
Maria Laura empezó a pintar de la mano de Salvador Ferré i Andreu, más tarde acudió a la facultad de Bellas Artes un par de años para acabar en el prestigioso Cercle Artístic de Sant Lluc. Luego lo dejó, y ahora, simplemente, ha vuelto. Con sus condiciones, con valentía y me da la sensación que con ganas de descubrir algún secreto.
Maria Laura explora el color ocre de los edificios del casco antiguo de Altafulla, pero parece que le aburren. Creo que le aburre el paisaje de postal, esa en la que se espera el cielo claro, el día soleado, los edificios dispuestos en la falda del castillo provocando el anhelo en los paseantes que se atreven a subir con todo el calor. Los días en que a Maria Laura le interesa el color ocre son los días grises, esos días en el que el color debe hacer frente a la melancolía que la falta de sol impone. En días como esos el ocre no lo tiene tan fácil para pintarlo todo bonito. Digamos que este color no nació para el día gris, sinó para los días de sol y cielo claro. El día gris obliga al ocre a librar una batalla contra una luz que lo pone a prueba. Debe hacer frente a las gotas de una lluvia impredecible, de esos días en que esperamos que llueva pero al final no lo hace.Y eso es lo que ve Maria Laura cuando quiere explicar Altafulla, la melancolía y la incertidumbre del futuro. De todas maneras Maria Laura no se ha quedado a contemplar esta lucha : ocre contra la melancolía. Sería demasiado fácil sentarse con el caballete a esperar que la climatología actúe y a registrarlo todo como si fuera un notario.
Maria Laura, después de casi una eternidad, ha salido con el caballete a constatar que uno no se baña dos veces en el mismo río.
Para empezar se ha enfrentado al mar, que es de todos los colores menos azul y además se mueve como quiere, hacia todos lados. Al mar le importa un comino la climatología, es desafiante se mire por donde se mire. Se deja ver transparente o se vuelve opaco, cuando crees que está quieto no lo está y nunca tiene la misma forma. Y eso a la autora le pica mucho. Maria Laura no ha buscado las olas majestuosas, sino que ha pasado las tardes estudiando la espuma de la olita pequeña, esa insignificante, que baña la arena sin hacer ruido y luego se va sin importarle nada ni nadie. Y el que la mira no sabe decir si es como encaje de seda o tela de araña o es simplemente espuma de sal. Es un interrogante. Y lo que más le gusta a Maria Laura del mar es ese misterio insondable. Quizá el mismo que el de las casas señoriales de Altafulla, las ocres, pero llamando a la puerta a lo mejor te dejan entrar y el misterio se convierte en algo muy prosaico que deja de tener interés. El ocre está para ser contemplado y el mar para ser descubierto. Y eso es lo que le gusta a Maria Laura.
Pero tampoco se va a quedar esperando a que el mar le desvele sus secretos, así que ha cargado otra vez el caballete y se ha ido a lugares de Tarragona que nadie espera. El campo, la huerta, los aljibes. Porque aquí la mayoría de los que vienen buscan el ocre, el castillo y el mar. Pero no saben el secreto de la primavera en Tarragona. Para Maria Laura la primavera son rojos, verdes, sus nietas, amarillos, buganvillas, sus hijos, el Patxet plantando alcachofas y un sol que explota y lo baña todo y es ese momento el que ella registra para que quede para siempre. La felicidad. La pintura solo es un lenguaje, la manera de contar ese momento que disfruta con toda la intensidad de alguien que ha tenido que recorrer un largo viaje para pintar. Después de este viaje parece que ha hecho suya la frase de Sorolla: los duelos, mejor con luz. Maria Laura pinta la luz y los colores, la vida la libertad, la fugacidad, la felicidad pletórica del momento. Para qué detenerse en detalles si el diablo está en ellos, y se queda con la luz, la luz, siempre la luz. Los colores son, en ellos mismos, la forma y la línea. Y los paisajes siempre son un paisaje interior. Un paisaje que por fin explota de libertad, de luz, de vida, de color. Quizá el secreto que Maria Laura se ha lanzado a desvelar es el de la vida misma.
Por cierto, al final Maria Laura ha solucionado el tema del ocre. Por aquí corre un lienzo muy grande, con unas motitas ocres en el centro, el resto es cielo. El siguiente misterio a indagar.
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